Monarca de mármol: El David de Miguel Ángel


La aparición del movimiento cultural conocido como Renacimiento supuso uno de los cambios más importantes de la humanidad. La sociedad de aquel entonces destacaba por una marcada mentalidad teocentrista, pero poco a poco evolucionó hacia llegar al antropocentrismo y ensalzando la figura humana como protagonista de todas las cosas dejó atrás la Edad Media para dar la bienvenida a la Edad Moderna.

En los primeros pasos de esta corriente apareció un joven escultor italiano de nombre Michelangelo Buonarroti, un artista muy completo que se convirtió por derecho propio en uno de los grandes nombres del Renacimiento y autor de la obra culmen de dicho movimiento: El David.

Hablar de Miguel Ángel —nombre con el que se le conoce en castellano— es hacerlo sobre un artista que destacó como un referente en el mundo de la escultura, la pintura y por extensión en la historia del arte, un alma creativa al completo.

El genio nació en Capresse, Italia, y desarrolló una dilatada carrera artística que llevó a cabo en Roma y Florencia dado que en esas ciudades residían sus principales mecenas. La gran curiosidad de Miguel Ángel le llevó a fijarse en un gigantesco bloque de mármol de Carrara abandonado a su suerte y prácticamente engullido por la naturaleza en un patio cercano a su puesto de trabajo. El artista preguntó por la piedra y le dijeron que varios escultores intentaron tallarla en el pasado, pero abandonaron sus ideas por las dificultades encontradas durante el proceso. El italiano no paraba de pensar una y otra vez en ese colosal bloque níveo hasta que un buen día se decidió a trabajarlo tras sentir que tenía que liberar el «alma» encerrada en su interior.

Fueron cuatro largos años los que Miguel Ángel dedicó a esta obra, un trabajo que desarrollaba con mucho misterio, llegando incluso a levantar muros a su alrededor para evitar la mirada de fisgones. El día que decidió mostrar la pieza, echó abajo los muros y el mundo conoció a El David.

Ante un público totalmente boquiabierto, se reveló un coloso de cinco metros de altura completamente desnudo en representación del personaje bíblico del Rey David. La obra lo muestra instantes antes de librar su cruenta batalla contra el gigante Goliat, de hecho, este momento se puede confirmar mirando sus manos: en una porta una honda y en la otra una piedra, los objetos con los que el monarca dio muerte al temible gigante.

Su aspecto físico es el de un joven de cuerpo musculoso y melena rizada adoptando una postura concreta para dar sensación de movimiento. El desnudo era atípico para una época en la que prácticamente todas las figuras que podría considerarse desnudas portaban una hoja de parra o algún otro elemento del estilo tapando las partes pudorosas, y por tanto censurables, de la anatomía humana. El cuerpo coincide con el ideal armónico de su época y presenta tamaños dispares, como unas enormes manos, para que el ojo humano lo vea equilibrado desde la perspectiva correcta.

El pueblo ha hablado

Una figura del calibre de El David nunca está exenta de polémica y esta tuvo principalmente dos: su ubicación y la desnudez. Estos dos aspectos fomentaron a su alrededor una serie de críticas que le perseguirían durante los primeros años de su existencia.

La idea principal era que El David se colocara en el interior de la Cattedrale di Santa Maria del Fiore de la ciudad de Florencia, pero la estatua era tan grande que se convirtió en un imposible. Tras una controvertida sucesión de ideas, se decidió que su nueva ubicación sería la Piazza della Signora, y de nuevo surgió otro problema: su mirada. Los ojos de El David estaban tan bien tallados que se consideraban desafiantes y la dirección de dicha mirada podía suponer el anhelo de reconquista si miraba a Pisa o un guiño a los Medici —odiados en Florencia— si lo hacía hacia Roma. Finalmente, con apedreamiento incluido en su traslado, se colocó mirando a la «Ciudad Eterna».

Si su ubicación levantó ampollas, muchas más levantó su desnudez. La arcaica mentalidad de la época llevó a considerar la obra como pornografía por el hecho de mostrar la naturaleza del cuerpo humano sin restricción alguna y se le etiquetó de inmoral y escandaloso por el pueblo, avivando alguna que otra manifestación contra la estatua.

Un reinado eterno

En los tiempos que corren, El David está considerado como la mayor expresión escultórica del Renacimiento y como una de las estatuas más icónicas e importantes de toda la historia del arte. Con su pose inconfundible, su mirada desafiante y sus espectaculares detalles anatómicos, este monarca bíblico sigue dejando boquiabierta a toda persona que visita la Galería de la Academia de Florencia, el lugar donde tiene su trono este rey del mismísimo mármol.

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